Control social y represión

(40 años de guerra al rojo y masón III)

La persecución fue  interminable e implacable, y todavía perdura en las mentes de los hijos de nuestros abuelos. Las pequeñas localidades de las Merindades, y toda España, en cuestión de días  se convirtieron en un replica del penal,  con muros invisibles, guardas y guardesas vecinos,  estaban desterrados incluso en su mismo pueblo.  Solo la emigración de los años 50 gracias a la ligera mejora económica, que ofertó empleo en las ciudades, rompió la sensación de claustrofobia.

imagesEn el mundo rural las relaciones eran muy cercanas, nada se podía escapar al control, así en nuestros pueblos de Las Merindades estuvieron sometidas a una férrea vigilancia y control, que duraría hasta 1975, con la muerte del dictador.  El afán inquisitorial de los entusiastas partidarios del régimen era inquebrantable. En los años 40 con todo el hambre y la miseria, las autoridades locales se ocuparon de la tarea de mantenerles controlados y vigilados, y  se encargaron de la limpieza política. En los 50 con la consolidación de un mundo bipolar, la dictadura franquista con su anticomunismo se alía con  los Estados Unidos, convertido en guardián de occidente. En esa coyuntura internacional, con las espaldas cubiertas, hicieron surgir una nueva represión que  extermino a la oposición política; se desarticuló al de nuevo incipiente movimiento obrero,  se liquidó la resistencia armada (guerrilla), fortaleció la legislación policial. Así el régimen fabricó legitimidades, y a partir de 1956 fue suficiente con declarar estado de excepción cuando había un conflicto.

 

Control y delación: el recelo a la vecindad

El sistema represivo  franquista se basó en un control estricto de la población, para ello, se articuló un sistema de información de los vecinos, de cara a seleccionar los objetivos de la represión y ajustar los castigos a los disidentes. El aparato franquista hizo, además, un esfuerzo especial para impulsar la delación entre los propios vecinos, así el nuevo régimen, aceptaba cualquier denuncia contra los “rojos”, por muy inverosímil que fuera. El  recelo en el vecino anidó en las  mentes como otro miedo más. La Falange de La Rioja, en 1936, lo especifica; “no debe haber un hombre sin estar encuadrado en la milicia. Los tibios, los neutros, los que en este momento quieren evadir su prestación no olviden que se les tendrá en cuenta”,  o conmigo o contra mí.

Era vivir entre enemigos, no había refugio, un vecino, un familiar, un subalterno o un jefe podía ser el delator. Todos eran extraños, todo era desconfianza, esa era la consecuencia de la implicación de la sociedad civil en la represión. Durante el régimen fascista las tensiones sociales, políticas y económicas o sentimentales se resolvieron golpe de denuncia. Examinaron a todas las personas (como ejemplo ya hemos hablado  de los maestros), y pedían datos de su vida social, de su ideología, de sus relaciones. Continuamente se necesitaban certificados, certificados  de persona adicta al movimiento para desplazarse, certificados de conducta moral y política expedidos por la Iglesia y la Falange. Todos los ámbitos de la vida cotidiana estaban controlados.

 

En el día a día: una permanente sensación de miedo

En la cotidianeidad tuvieron que convivir con la exaltación de los muertos del otro bando (los mártires), mientras que los republicanos eran estigmatizados y relegados al olvido. Sobrevivir a la derrota y a la miseria, vivir la permanente sensación de miedo.

Simultáneamente en el párroco local (de nuevo la iglesia) se convirtió en el encargado de vigilar la reconquista ideológica, su papel es esencial en la vida cotidiana de los pueblos. Se encargaron  de imponer una moral social estricta que abarcaba todos los ámbitos de la vida cotidiana.

cubillos del rojo2.jpgLa historia fue manipulada, pero no solo en los grandes rasgos de los libros, sino en sus aspectos ínfimos. Las calles cambian de denominación, el horario se establece tomando con referencia a Alemania, no a Inglaterra o al uso horario. Los nombres son cambiados a mansalva, desde los pueblos como Cubillo del Rojo, a los de de los restaurantes y bares, de los platos (tortilla francesa, ensaladilla rusa…), nombres de las personas.

Una nota sobre el horario: La situación actual es una herencia de la simpatía de Franco hacia Hitler, que hasta entonces iba ajustado al que le corresponde geográficamente: el meridiano de Greenwich. España con la a orden ministerial del 7 de marzo de 1940 cambió la hora y puso en su reloj la hora de la Alemania de Hitler, situada más al este y con un huso horario distinto. Por supuesto, la medida se mantuvo los 40 años de la dictadura, pero después, ninguno de  gobiernos democráticos ha corregido este error.

 

Listas negras de ciudadanos

En los ayuntamientos se elaboraban listas negras, aunque desconocemos el dato en Las Merindades, no hemos investigado tan a fondo los archivos municipales, personas, listas en las que se recoge la filiación política de vecinos del municipio. Igualmente había cientos de informes sobre ciudadanos, donde se detallaban datos sobre ellos, si eran  republicanos o socialistas, si participaban en  actos  en la República y  si no solía ir a misa, si participó en la lucha contra los fascistas o no era proclive al alzamiento nacional… En definitiva, era sospechosa toda persona que no fuera manifiestamente favorable al credo político de los vencedores. Recordad: la justicia al revés.

Este proceso interminable de marginalización situó a más de la mitad de la población fuera de cualquier ayuda social, fuera de cualquier trabajo decente. Además continuaban los controles, chantajes, sanciones, no solo al sujeto social si o a todo su entorno familiar, se les volvía a detener, se aseguraba así su asfixia económica y exclusión política. Una ¿muerte civil?

 

El miedo a significarse, comulgar con ruedas de molino

Así el miedo iba cuajando, y se iba convirtiendo en parte de la vida de la gente. Miedo a la tortura física, a la cárcel, a los apaleamientos y castigos en el cuartelillo de la guardia civil. Miedo a amenazas sobre familiares, a ser privado de bienes materiales, a perder el puesto de trabajo, a carecer de alimentos… Miedo a ser marcado públicamente con el estigma de rojo, al aceite de ricino, a ser rapada y exhibida por las calles rodeada de vociferantes desaprensivos,  miedo  que describe Julio Prada en España masacrada.

 

El miedo a cuanto significase compromiso con causa alguna, el rechazo de toda forma acción colectiva, la percepción de que solo en un individualismo exacerbado era posible hallar refugio. La desconfianza paso a paso va a presidir las relaciones entre familiares y vecinos. Las actitudes discrepantes con el poder van a pasar a ser  inadaptación social. Un muro de silencio, tendencias inhibidoras que arraigaron en nosotros, “si no te hubieras metido en política”, le decían al abuelo. Ese miedo que ha quedado impreso en el ADN de nuestros mayores

Como escribe Santiago Vega Sombría en su libro “La política del miedo” (Crítica 2011) “El trauma de la memoria no se refiere solo al dolor, sino también al sentimiento de culpabilidad. La derrota representó algo más que la derrota militar, supuso la pérdida del pasado, de un identidad, de los ideales, así como de la visión de futuro

Acerca de Las Merindades en la memoria.

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