Fidel Sainz-Rozas, alcalde Sotoscueva

Un amable lector y participativo lector ha rescatado un libro de la Biblioteca Nacional, en el que se reflejan varias historias de Las Merindades y de Burgos. Así relata de Burgos, Castrojeriz, Villadiego, Melgar, Miranda… y también de  Arija, Pedrosa, Santa Gadea o Quisicedo.

El libro Pensando en Burgos: Estampas a través de la guerra escrito por el burgalés Emiliano Córdoba Orejón, publicado en Barcelona 1938. Comienza con un prólogo de Matilde de la Torre y un homenaje al músico Antonio José, que había sido asesinado en aquel momento.

Un enlace a una ficha del libro: https://memoriasdevilladiego.es/resegnalibro.html

Por cierto, el libro de Emiliano Córdoba se acaba de reeditar.

Entre ellas, dedica un capítulo al alcalde republicano de la Merindad de Sotoscueva, Fidel Sainz-Rozas Acaiturri, al que entrevista en un primer exilio en Barcelona. Fidel era un herrador de Villabáscones (Merindad de Sotoscueva), y fue el alcalde electo de 1931, de Izquierda Republicana. Tras el exilio es condenado a 15 años. Reingresa en octubre de 1939 y permanece hasta mayo de 1943 en la prisión de Valdenoceda.

Reproducimos el texto de un capítulo del libro Pensando en Burgos.

EL ALCALDE DE QUISICEDO

Escondida entre las cordilleras pirenaica y celtibérica, como si buscara el remanso para librarse del «cierzo y el regañón, la roca cobijaba en su regazo al fiel exponente de la idiosincrasia de la región: Templo y caciquismo.

Una de sus bocas da acceso a la cueva en cuyo fondo se encuentra la ermita de San Tirso y San Bernabé. En los confines de la otra, de mucha más profundidad, estaba la sala de sesiones del Ayuntamiento.

Era la encubridora tanto de los misterios religiosos como de los municipales…

De varios siglos reuníanse allí los regidores de la Merindad de Sotoscueva, integrada por veinticinco pueblos del partido de Villarcayo. Ante sus archivos piedra y madera de valor histórico muy estimable, y en rededor a los tres vetustos y artísticos braseros, imprescindibles incluso en los meses del estío.

La Iglesia, menos tiránica en estos extremos que el cacique opresor, reunía al pueblo una vez al año en animada romería, atraído por los sones de la gaita y el tambor. Al concejo no pasaba ninguno más que los desgraciados que el señor elegía mediante el famoso artículo 29 para que apecharan con la responsabilidad de sus perniciosas disposiciones…

***

Fidel, de sentimientos liberales desde muy joven, se metió a la lucha política allá por las elecciones del 17. buscando votos a cambio de una promesa: sacar de la Secuestración al Ayuntamiento, para colocarlo en el pueblo de mayor importancia de la Merindad, adonde tuvieran fácil entrada los resignados vecinos y poder discutir aquellos descabellados acuerdos que sólo perjuicios les ocasionaba.

Así, después de muchos años de fatigas, llegó a las elecciones del 31 rodeado de una masa incondicional que conseguía mayoría de republicanos-¡en plena provincia de Burgos!, quienes eligieron alcalde a su infatigable luchador.

Y nuestro hombre, desde la cumbre del poder, aquilató todos los minutos para dar cumplimiento a su promesa. El Gobernador le expuso un gran inconveniente: En Quisicedo no había Casa Consistorial.

Pero Fidel, ayudado por todos sus electores en trabajos desinteresados, y de sus peculios particulares, ¡edificaron en cuarenta días! un soberbio edificio destinado a tal fin.

Por sus grandes ventanales, de gruesos muros de piedra, entraba aire renovador de ideas y sol que fortalecía el espíritu de los munícipes. La anchurosa puerta ojival permitía entrada al pueblo todos los sábados por la tarde para presenciar las sesiones, de acuerdo con las normas establecidas en la Ley, que la República respetaba y exigía…

***

El alcalde de Sotoscueva vivía muy satisfecho. Para que no faltara nada a su temperamento, acostumbrado ya a las inquietudes políticas, los adversarios se entretenían en pretender el traslado del Ayuntamiento a Cornejo, pueblo en que residía la camarilla de los contrarios.

Y así se andaba, llevando los chismes de acá para allá, según los altos y bajos de la política más o menos republicana, dentro de la República.

Hasta que en octubre del treinta y cuatro no sólo le quitaron de Quisicedo el Ayuntamiento, sino que también la vara autoritaria.

Pero el Frente Popular, a cuyo triunfo había contribuido Fidel muy notablemente desde su feudecillo, le devolvió el bastón de las borlas.

Y cuando comenzaba de nuevo el aburrimiento, porque los contrarios parecían aplastados totalmente, su perspicacia de político viejo le hizo presentarse en Villarcayo para prevenir a Cuadrado:

Oye, Elíseo. La cosa la veo muy grave y tienes que venirte a mi casa del pueblo hasta ver qué pasa.

-No, hombre – le contestó confiado el diputado de Izquierda Republicana. Acabo de llegar de Madrid. El Gobierno conoce toda la trama y lo dominará con facilidad. Posiblemente sea preferible que se decidan de una vez para descubrirlos del todo.

Insistió Fidel con aquel cariño de padre que sentía por Cuadrado, pero la intervención de la esposa de éste determinó que Fidel regresara sólo a Quisicedo.

Cuando al amanecer del día siguiente Fidel, escondido ya en el monte, valiéndose de unos prismáticos dirigió su vista hacia Villarcayo, observó el asedio de que era objeto el domicilio de su entrañable amigo, a quien acorralaban falangistas provistos de ametralladoras…

Falangistas que semanas después descargaban sus fusiles apuntando al corazón del joven Diputado a Cortes…

***

Un mozalbete se encargaba de llevar a Fidel – hasta su escondite del monte a la vez que comida, las noticias que de Unión Radio Madrid, se captaban. Por ellas no tuvo inconveniente acercarse a las milicias que hicieron aparición por la provincia de Santander, formando frente desde Las Estacas a Las Machorras. Sabía que eran leales al Gobierno de la República.

Fidel recobró la alegría al hallarse de nuevo entre gen- tes de confianza. Allí llegó a su poder un ejemplar del Diario de Burgos en el que se anunciaba su sentencia a la pena de muerte por abandono del cargo.

El contento se nubló momentáneamente a los pocos días. El sábado 25 de julio.

Y después de varias horas de padecimiento moral, en el que jugaba principalísimo papel su prestigio de autoridad legítima, se decidió:

-Mi teniente: Vengo a pedir ponga a mi disposición veinticinco milicianos.

El teniente Ayuso, un poco sorprendido, indagó:

-¿Se puede saber para qué los quiere?

-Soy el alcalde popular de toda la Merindad de Sotoscueva. Mi autoridad creo ofrece alguna garantía. Permítame que no sea más explícito.

Caía la tarde cuando emprendieron la marcha. Al llegar a la entrada del pueblo, Fidel dio una consigna y distribuyó a los hombres convenientemente. Sonó un disparo de revólver y todos cayeron sobre la Casa Consistorial.

Al penetrar en la sala de sesiones, los diez regidores y el secretario se pusieron en pie completamente pálidos. Allí estaban ya los sustitutos de los concejales republicanos encarcelados. Con su flamante alcalde fascista y todo. Acababan de tomar su primero e importante acuerdo: Volver el ayuntamiento a la caverna…

El jefe de la partida pronunció unas enérgicas palabras y todos levantaron las manos. No como saludo romano precisamente…

-Pero ¿qué es lo que vas a hacer con nosotros? preguntaron aterrados.

Pues llevaros a veranear al Sardinero Fidel tranquilamente. contestó

-¿A todos? Hasta el alguacil; por traidorzuelo. Y no me llevo la casa, que es de los republicanos, porque la hicimos demasiado buena y pesa mucho.

***

Y aquí tenemos en Barcelona al alcalde de Quisicedo. Después de sufrir todas las adversidades del Norte. Esperando, optimista, el momento de hacerse cargo de la vara enborlada nuevamente para reanudar la lucha.

Yo le sigo denominando por el cargo. Y creo que bien justificadamente. Porque en pocos casos como en éste se habrá defendido tan tenazmente la autoridad legítima de un alcalde.

Acerca de Las Merindades en la memoria.

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